4 de diciembre de 2014

El vacío distópico de Gilliam

The Zero Theorem (The Zero Theorem, 2013)

Dirección: Terry Gilliam 
Guión: Pat Rushin
Intérpretes: Christopher Waltz, Matt Damon, Tilda Swinton, Mélanie Thierry, David Thewlis, Ben Whishaw, Peter Stormare, 
Fotografía: Nicola Pecorini
Música: George Fenton

El retorno de Terry Gilliam al género distópico transcurridos casi 20 años desde su última incursión, 12 monos (1995), prometía, siendo optimistas, un espectáculo visual que, con los años y la madurez del oficio, pudiera incluso, con una premisa más ambiciosa, superar en profundidad a sus predecesoras. Pero la realidad es que, con el tiempo y sus constantes problemas de financiación, el director de la lúcida Brazil (1985) parece haberse conformado con poder rodar cualquier historia siempre que le permita hacer gala de su peculiar dirección artística sin salirse del presupuesto. The Zero Theorem es una película fallida en tanto que su guión, tan pretencioso como vacuo, en definitiva, sirve exclusivamente como pretexto para desplegar la imaginería de su realizador. Y nada más.

Estrenada en España con un año de retraso, a esta cinta, ciertamente, no le faltan ideas. La búsqueda de Qohen, su kafkiano protagonista interpretado por un hábilmente comedido Christoph Waltz, contiene un sinfín de matices y posibilidades, resumidas en su condición de esclavo del sistema y su amargura como ser atrapado entre un cyberpunk  mundo real y el sentido de la vida. Pero hay, sin duda, una insalvable descompensación entre forma y contenido que desperdicia todos esos ricos pequeños detalles, su atmósfera angustiante, su carácter existencial y su crítica demente al capitalismo por no darle un buen tronco estructural a donde aferrarse. 

Por suerte, Gilliam no ha perdido ni un ápice de su brillantez como diseñador de imágenes que hablan por sí mismas. No obstante, el foco está puesto en el plano más general de la existencia humana desde donde la barroca y colorista puesta en escena, con su alienante tecnología y su publicidad omnipresente, resultan meros adornos que, aunque geniales, no llevan a ningún sitio. El filme está, de forma evidente, saturado de metáforas altisonantes. Su nihilista intento de burlarse del ser humano, la vida, la muerte, la verdad, la mentira, la soledad, Dios, el vacío y la sociedad en conjunto se agota en sí mismo, por delirante y por su propio peso. No hacía falta tanta pomposidad para acabar concluyendo que nada tiene sentido y, menos todavía, si el precio a pagar es el aburrimiento del espectador. Es una verdadera lástima porque contiene, si uno está atento, impagables destellos de genialidad a la altura del mejor cine de Gilliam. Desgraciadamente, en este contexto, la suma de todos ellos, al llegar al final, es igual a cero. 

Recomendado para diseñadores, directores de arte, artistas plásticos y cualquier espectador con una desarrollada sensibilidad estética.
No recomendado para ortodoxos del contenido o personalidades con poca paciencia frente a la vacuidad del todo (o la nada).

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