1 de septiembre de 2015

¡Nos mudamos!

Muchas gracias a todos por haberme leído aquí durante todo este tiempo. A partir de ahora, me traslado a la siguiente dirección:

www.ivanfmula.com 

Me podéis seguir leyendo allí.

Un beso, cinéfilos.


25 de junio de 2015

La marca blanca de Stephen King

Horns (Horns, 2013)

Dirección: Alexandre Aja
Guión: Keith Bunin
Intérpretes: Daniel Radcliffe, Juno Temple, Max Minghella, Kelli Garner, Joe Anderson, Heather Graham, David Morse
Fotografía: Frederick Elmes
Música: Robin Coudert

La literatura de Stephen King lleva más de cuarenta años abordando historias sobre personas corrientes que se ven enfrentadas a la brutalidad de la América profunda y el fanatismo religioso sufriendo los efectos, en ellos y su entorno, de inexplicables fenómenos sobrenaturales. En el caso de Horns, no es Stephen King el autor de la novela en la que está basada la película, sino su hijo, Joe Hill, aunque los elementos son, esencialmente, los mismos. La influencia del autor de Carrie sobre la obra de su hijo es clara hasta el punto de llegar a perjudicarlo. Y es que esta retorcida fábula romántica sobre un chico acusado injustamente del salvaje asesinato de su novia resulta tan reconocible en su espíritu que, tristemente, parece la marca blanca de uno de los libros del padre de Hill, más que una propuesta con personalidad propia.

Daniel Radcliffe, en su enésimo intento de sacarse de encima el fantasma de Harry Potter, se entrega al máximo en la encarnación de este personaje atormentado y demonizado por los habitantes de su pueblo. Y lo cierto es que logra una fuerte conexión emocional con aquello que se nos cuenta a pesar de que el guión avance de manera demasiado mecánica. No se puede negar que el punto de partida tiene fuerza: el falso culpable al que, literalmente, le crecen los cuernos diabólicos que, de alguna manera, todo el mundo ya veía en él. Desgraciadamente, la concatenación de simbolismos que se suceden a continuación van de lo obvio a lo ridículo, desaprovechando del todo la ocasión de profundizar en la psicología de los personajes y sus conflictos.

Construido como un thriller policíaco sobre descubrir al asesino, la trama está más preocupada de presentarnos posibles sospechosos y dar pinceladas de humor negro algo estúpidas que de afrontar el horror de forma algo más sutil o valiente. Al final, una vez el castillo de naipes se desmorona sobre un charco de sangre, uno tiene la sensación de haber transitado un anodino camino en línea recta lleno de señuelos inútiles que no dejan ninguna huella. De acuerdo que la intensidad de algunas escenas es impactante y el dramatismo de la situación funciona por momentos (sobre todo, gracias a Radcliffe). No obstante, no es suficiente teniendo en cuenta que la idea original tenía un potencial mucho mayor.

Recomendado para aficionados a las tragedias románticas con un puntito gore.
No recomenado para puristas del auténtico universo de Stephen King (que no acepten imitaciones).

24 de junio de 2015

El terror alegórico

It Follows (It Follows, 2014)

Dirección y guión: David Robert Mitchell
Intérpretes: Maika Monroe, Keir Gilchrist, Daniel Zovatto, Jake Weary
Fotografía: Michael Gioulakis
Música: Disasterpeace

El cine de terror protagonizado por adolescentes es un género tan popular como artísticamente denostado. Su mala fama es, probablemente, merecida por la gran cantidad de películas que, desde el slasher de los ochenta, han reiterado, una y otra vez, estúpidos clichés y situaciones, en el mejor de los casos, inverosímiles. Cuando parecía que su única redención posible se encontraba en la ironía autoconsciente de sagas como Scream (1996) o la cinta La cabaña en el bosque (2012), ha aparecido una esperanza de la mano de David Robert Mitchell y su grupo de jóvenes atormentados por una maldición que se transmite a través de las relaciones sexuales. En una línea mucho más sobria, al estilo Déjame entrar (2008), el director se toma en serio su historia, a sus personajes y cada una de las angustiosas situaciones que propone. It follows no va de asustar al espectador con bruscos golpes de música o muertes sangrientas. Aquí el truco se basa en la sugestión y en una máxima que, psicológicamente, puede acabar resultando insoportable: te sigue hasta que te mata. Esa encarnación del mal que puede adoptar cualquier forma, es lenta pero, como el Michael Myers de La noche de Halloween (1978), nunca se detiene. En este caso, sin embargo, existen una salvación: pasársela a otra persona.

Las diferentes lecturas que se pueden extraer de un planteamiento como éste hacen que, por su inteligencia y sutileza, ya valga la pena el mal rato. Pero, además, el (inmerecido) homenaje a esta corriente cinematográfica va más allá de dignificarla ya que, en conjunto, cada detalle, aunque de manera minimalista, está cuidado y definido con precisión. La música, la fotografía e incluso la elección de los decorados forman una serie de pequeños aciertos que sorprenden tanto como aterran. 

Se demuestra así, una vez más, que ningún género es menor si se sabe dar el enfoque adecuado y que los filmes de terror adulto no murieron en los setenta. Es cuestión de talento, sensatez y buen gusto.

Recomenado para amantes del buen cine de terror psicológico.
No recomendado para quienes esperen un espectáculo gore y palomitero.

23 de junio de 2015

Nostalgia jurásica

Jurassic World (Jurassic World, 2015)

Dirección: Colin Trevorrow
Guión: Colin Trevorrow, Rick Jaffa, Amanda Silver, Derek Connolly, 
Intérpretes: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Nick Robinson, Vincent D'Onofrio, Jake Johnson, Judy Greer, Irrfan Khan, Ty Simpkins, Omar Sy
Fotografía: John Schwartzman
Música: Michael Giacchino

Aunque la banda sonora, en esta ocasión, no ha sido compuesta por John Williams, inevitablemente, el mítico tema del original Parque Jurásico (1993) ha sido incluido e integrado en forma de homenaje por el compositor sustituto: Michael Giacchino. No queda claro si por exigencias de los productores o por iniciativa propia con ánimo de contentar a los fans o de homenajear al maestro pero el caso es que su trabajo, siendo bastante bueno, queda supeditado al ya conocido por todos. Este pequeño detalle resume, en realidad, lo que es, en su conjunto, Jurassic World: una entretenida cinta de aventuras a medio camino entre el tributo nostálgico y la dependencia a una mitología demasiado icónica. Puede que su director, Colin Trevorrow, no haya tenido demasiado margen de maniobra o, simplemente, no ha considerado necesario llevar la película mucho más lejos del punto de partida primigenio. 

Las grandes novedades de la presente entrega son la apertura definitiva del parque, la creación de un dinosaurio más grande y temible diseñado con ingeniería genética y la domesticación de los velociraptores. Todo eso da un aire de renovación muy saludable a la franquicia y permite que la acción, las persecuciones y los gritos vuelvan a tener fuerza y frescura. De esta manera, aunque las referencias al trabajo de Spielberg son constantes, el filme no por eso deja de funcionar, de ser totalmente disfrutable, divertido, emocionante y, por pequeños giros de guión, hasta sorprendente. 

La ochentera pareja que forman el carismático Chris Pratt (postulándose más que nunca como nuevo Indiana Jones) y la fantástica Bryce Dallas Howard (la verdadera protagonista) hacen el trepidante viaje mucho más confortable. Su relación, basada en la vieja fórmula del conflicto por tensión sexual y lucha de géneros, da tan buen resultado como lo ha dado siempre. Lo mismo sucede con la pareja de niños, también tan spielbergianos: hijos de familia desestructurada que unen sus fuerzas frente a la adversidad.

Por todo esto, es casi imposible que defraude a los fanáticos de la saga, ya que, aunque innova poco, ofrece todo lo que se espera de ella y, además, con una factura magnífica, un guión decente y una dirección perspicaz. Si a eso le sumas detalles de genialidad como la alusión a Los pájaros (1961) de Hitchcock, su ironía autorreferencial y los tacones de Dallas Howard, ya tienes el éxito del verano.

Recomendado para adeptos a la nostalgia jurásica y al cine de aventuras clásico.
No recomendado para los que nunca disfrutaron del universo de esta franquicia.

8 de junio de 2015

Aventuras de parque temático

Tomorrowland: El mundo del mañana (Tomorrowland, 2015)

Dirección: Brad Bird
Guión: Damon Lindelof, Jeff Jensen y Brad Bird
Intérpretes: Britt Robertson, George Clooney, Hugh Laurie, Raffey Cassidy, Judy Greer, Kathryn Hahn
Fotografía: Claudio Miranda
Música: Michael Giacchino 

Resulta curioso que, en el momento de más poder en la industria de la historia de Disney (tras adueñarse de Pixar, Marvel y Lucasfilm), sea cuando la emblemática compañía sienta la necesidad más evidente de subrayar su propia identidad. Ahí tenemos las recientes adaptaciones con actores de carne y hueso de Alicia en el país de las maravillas (2010), Maléfica (2014) y Cenicienta (2015), a las que, muy pronto, seguirán las ya anunciadas versiones de acción real de El libro de la selva, La bella y la bestia, Mulán, La sirenita y Dumbo. Ante esta absurda vorágine autorreferencial que se nos avecina, hay que valorar que Tomorrowland: El mundo del mañana trate, al menos, de ampliar el imaginario disenyano con material puramente original, ya que, a excepción de Frozen (2013), hace años que este gigante del entretenimiento no ofrece nada que valga la pena y no sea creación de alguna de sus filiales.

La película tiene la peculiaridad de basarse en EPCOT, el parque temático futurista situado en el Walt Disney World Resort y que es el segundo más antiguo e icónico de la franquicia después de Magic Kingdom. A partir de ese concepto utópico de ciudad del mañana, Brad Bird y Damon Lindelof han desarrollado un fabuloso mundo tecnológico y secreto donde habitan las personas más inteligentes del planeta. Desgraciadamente, llevado a la práctica, guionista y director han desaprovechado sus infinitas posibilidades. El argumento del filme versa sobre la obsesión de una adolescente por conocer ese lugar fantástico y, para ello, hará todo lo posible por llegar hasta él. Este relato, algo así como El mago de Oz (1939) contado al revés, tiene una factura visual muy cuidada y se nota que Bird tiene una habilidad especial para dirigir aventuras al estilo más clásico. 

Sin embargo, el guión tarda demasiado en arrancar, es lento y demora innecesariamente la aparición del aliado de la protagonista (Clooney) y más todavía la del muy decepcionante villano interpretado por Hugh Laurie. Por otro lado, la cinta tiene un mensaje positivo y optimista muy valioso, que permite al espectador soñar con cambiar las cosas y hacer de nuestra realidad un sitio más habitable. El problema es que la trama se enreda en teorías de física cuántica al estilo Interstellar (2014), lo que, probablemente, sea demasiado complejo para los niños. En cambio, desde el punto de vista adulto, el conjunto puede parecer algo ingenuo. Una combinación, en definitiva, muy mal planteada.

Quizás le falta algo de arrojo a la hora de adentrarse de verdad en ese país de las maravillas que no acaban de mostrarnos del todo. El público quiere saber más cómo funcionan allí las cosas, por lo que más metraje dedicado a una aventura allí dentro hubiera sido de agradecer. Por otro lado, la propuesta contiene ideas muy acertadas y hermosas como la secuencia de la torre Eiffel, así que, aunque sea por ciertos destellos de genialidad, la peripecia puede llegar a valer la pena.

Recomendado para nostálgicos del espíritu del Walt Disney urbanista. 
No recomendado para aquellos adultos que hayan perdido su capacidad de soñar desde la ingenuidad.

31 de mayo de 2015

Fantasmas en el plasma

Poltergeist (Poltergeist, 2015)

Dirección: Gil Kenan
Guión: David Lindsay-Abaire
Intérpretes: Rosemarie DeWitt, Sam Rockwell, Jared Harris, Kyle Catlett, Jane Adams
Fotografía: Javier Aguirresarobe
Música: Marc Streitenfeld

Cada vez que llega a nuestra cartelera un remake con un resultado tan poco imaginativo como el que nos ocupa (y lo cierto es que sucede demasiado a menudo), no nos queda otro remedio que repetirnos siempre la misma pregunta: ¿qué necesidad había? Probablemente, la respuesta sea: ninguna. O, dicho de otra manera: vagos intereses económicos basados en cálculos de recaudación que, normalmente, suelen salir rentables. Pero más allá de la holgazanería y el tacticismo de los magnates de Hollywood, el caso es que pocas opciones tenía el director Gil Kenan de aportar algo nuevo al icónico filme que en 1982 dirigió Tobe Hooper bajo el guión, producción y supervisión de Steven Spielberg. No sabemos si Kenan, realmente, se lo ha tomado como un encargo rutinario o si no ha tenido libertad creativa pero, de cualquier forma, la propuesta en sí misma tampoco tenía mucho sentido. Primero, porque el Poltergeist original impactó de tal manera en la cultura popular que ya ha tenido toda una serie de remakes encubiertos a lo largo de los años, como ha pasado con otros hitos del terror como El exorcista (1973). En segundo lugar, el género ha tenido una doble revitalización, recientemente, por un lado, en su versión low cost con la saga iniciada con Paranormal activity (2007) y, por otro, con la espeluznante Insidious (2010) y sus continuaciones. Y, por último, porque las escenas más representativas del filme original (a las que no se podía renunciar) están demasiado vinculadas al momento en el que se filmaron; sirvan como ejemplo la televisión de tubo y la niebla tras la finalización de la emisión que, hoy en día, están totalmente fuera de contexto.

Así, la única aportación de esta versión descafeinada de las aventuras paranormales de Carol Anne (ahora Madison) y su familia es el pelo castaño de la niña, un puñado de tabletas electrónicas desaprovechadas, unos cuantos payasos (en lugar de uno) y un gran plasma de pantalla plana que ya ha perdido toda la fuerza y el sentido. Solamente, el uso (algo gratuito) de un dron en la investigación resulta verdaderamente novedoso, aunque también algo banal y poco trascendente.

Lo peor de todo, en realidad, es que la cinta tiene un grave problema de tono difícil de justificar. Por algún motivo que, seguramente, responde a estudios de mercado, se han añadido unos toques de humor (sobre todo, ligado a la hija adolescente) que ridiculizan una atmósfera de debería ser angustiosa. Incluso la figura del medium, en esta ocasión, está enfocada como la de un showman televisivo, réplicas ingeniosas incluidas, que no le llega ni a la suela de los zapatos a la enigmática espiritista interpretada por la mítica Zelda Rubinstein.

A parte de eso, a quienes no hayan visto la original, quizás les parezca entretenida, aunque también algo ingenua y con demasiados subrayados en torno a la idea de familia unida. Solo nos queda, ante esta tendencia inevitable, la esperanza de que, con los años, prevalezcan en nuestra memoria únicamente las versiones primigenias y olvidemos de nuestro imaginario que alguna vez existieron remakes tan mediocres como éste.

Recomendado para adictos a las nuevas versiones de nuestros clásicos ochenteros (independientemente del resultado).
No recomendado para quienes busquen revivir las emociones de la original.

30 de mayo de 2015

Frenética salvajada

Max Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, 2015)

Dirección: George Miller
Guión: Nick Lathouris, Brendan McCarthy, George Miller
Intérpretes: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Rosie Huntington-Whiteley, Nathan Jones, Zoë Kravitz
Fotografía: John Seale
Música: Junkie XL

En un momento en el que parecía que ya solo existían dos modelos de cine comercial (la pirotecnia superficial y efectista de Michael Bay o la densidad narrativa del más pretencioso Christopher Nolan), George Miller ha dado una patada al tablero de juego totalmente inesperada y revolucionaria. Treinta años después de su anterior entrega, Mad Max: Furia en la carretera reivindica, para disfrute de todos, un modelo de cine de acción auténticamente ochentero donde se respira el polvo, se huele el sudor, la sangre salpica y los coche chocan y explotan de verdad. Parece mentira que un director de más de 70 años sea capaz de firmar una película que, siendo una simple secuela tardía (o reboot, como queráis), resulte más moderna, más atrevida, más frenética, sorprendente y divertida que casi cualquiera producto similar actual firmado por alguno de los nuevos cineastas. Como ya vimos con El lobo de Wall Street de Martin Scorsese, parece que la experiencia es un grado a la hora de dominar el ritmo y el pulso narrativo, y que la osadía y la desvergüenza es una cuestión de espíritu más que de juventud.

Miller no solo ha rodado en escenarios reales sino que ha utilizado los mínimos efectos digitales, potenciando el realismo de cada escena y buscando sacar partido al maquillaje, el diseño de los coches, la apurada fotografía, el vestuario y toda la parafernalia postapocalíptica al servicio de unos personajes originales y muy bien definidos. La cámara nos muestra lo que ocurre en cada momento con planos abiertos, sin movimientos demasiado bruscos, reforzando sus virtudes con un montaje ejemplar que huye del estilo videoclipero tan recurrente y cuya banda sonora es la propia celebración de la desmesura. Es cierto que, por momentos, arriesga demasiado, por ejemplo, con la figura del guitarrista, los flashbacks del protagonista o las secuencias a cámara rápida que rozan el ridículo. Pero, en realidad, toda la saga ha tenido siempre ese aire autoparódico al que, por contexto, se le pueden conceder ciertas licencias.

Sin embargo, lo mejor de la cinta es que aporta muchas novedades a un universo que creíamos ya agotado. En esta ocasión, Max Rockatansky, interpretado por un vigoroso Tom Hardy a la altura del personaje, reparte el protagonismo en una historia mucho más coral y feminista en la que Charlize Theron se erige como nuevo (y quizás definitivo) incono de la franquicia. Por no hablar del diseño de esa sociedad fundamentalista, la secuencia nocturna o la tormenta de arena. Por lo demás, la voz en off del atormentado Max sigue una línea muy cercana al cómic, digamos, de la escuela de Frank Miller, que hará las delicias de los aficionados a la épica nihilista.

Como sus propios vehículos, la película es una carrera que avanza siempre hacia adelante; una inagotable persecución, llena de violencia lúdica e ideas delirantes. Abrumadora para los sentidos, quizás haya quien sea incapaz de entrar en esta especie de western bizarro de extrañas criaturas, tullidos, locos disfrazados, viejas con metralleta, embarazadas y vándalos deformes. Aunque raro sería, puesto que es un filme que arrastra de forma algo inevitable; como un camión al que te subes o te pasa por encima.

Recomendado para amantes de la acción pura de ritmo inagotable.
No recomendado para verosimilistas o mentes cerradas a la ciencia-ficción excesiva. 

14 de mayo de 2015

Un chico de barrio

A cambio de nada (2015)

Dirección y guión: Daniel Guzmán
Intérpretes: Miguel Herrán, Antonio Bachiller, Luis Tosar, María Miguel, Antonia Guzmán, Felipe García Vélez, Patricia Santos, Miguel Rellán, Álex Barahona, 
Fotografía: Josu Inchaustegui
Música: Varios


Doce años le ha costado a Daniel Guzmán sacar adelante su ópera prima como director tras su debut con el cortometraje Sueños (2003), ganador del Premio Goya y la Espiga de Oro del Festival de Valladolid. Más allá de reflejar lo complicadas que están las cosas en el cine español en materia de financiación, este tiempo demuestra el carácter luchador del cineasta y su objetivo de filmar la película exactamente de la manera en que la había concebido. Su personal visión de la historia pasaba, entre otras cosas, por contar con el protagonista adecuado, incluir, necesariamente, un personaje para su abuela y usar canciones de Julio Iglesias como banda sonora. Visto el resultado, parece que la tozudez de Guzmán ha valido la pena ya que, precisamente, son estos tres de los elementos más destacables de la cinta, sumados a una frescura y realismo que ya conocíamos de su trabajo anterior. 

A cambio de nada sigue siendo, en parte, el mismo universo que el de aquellos chicos de barrio que soñaban, se peleaban y tiraban huevos a la policía desde la azotea de sus casas bajo el sol veraniego. La diferencia es que aquí son algo más mayores y la realidad y los problemas los viven con una distancia distinta. La idea de la amistad entendida como un código, donde el cariño se demuestra con través del insulto y las collejas, sigue presente pero, esta vez, encontramos también los demás vínculos del antihéroe marginal como, por ejemplo, las chicas, la familia y la autoridad. 

Lo más interesante del filme es la forma en que Darío (un fantástico Miguel Herrán) paga las consecuencias de un entorno hostil con el que no sabe lidiar. Su huida, finalmente, se basa en la construcción de una familia alternativa, elegida por él, concepto tan profundo como natural con el que Guzmán demuestra una gran madurez estilística. Sin embargo, en el abanico de situaciones y frentes abiertos del guión, existe cierta dispersión narrativa. El ritmo es bueno pero, quizás, abusa de tramas episódicas que, pese a enriquecer el perfil psicológico de los personajes, no acaban de dejar claro hacia dónde nos llevan. 

Las influencias (declaradas o no) de Guzmán son, en realidad, toda una tradición de cine social iniciada por Perros callejeros (1977) y que vivió una nueva etapa con Barrio (1998) y El Bola (2000). Esta corriente en la que se da una visión carismática de la delincuencia y que, durante mucho tiempo, ha sido tan representativa de nuestro cine, no termina aquí de reinventarse. No obstante, consigue darle algo de aire fresco a aquel espíritu hoy injustamente devaluado y que, en realidad, siempre ha obtenido muy buenos resultados.

Recomendado para amantes de las historias reales que sepan valorar el talento joven (y no tan joven).
No recomendado para quienes carguen con demasiados prejuicios sobre el género.

5 de mayo de 2015

Máximo entretenimiento

Vengadores: La era de Ultron (The Avengers: Age of Ultron, 2015)

Dirección y guión: Joss Whedon
Intérpretes: Robert Downey Jr., Mark Ruffalo, Scarlett Johansson, Chris Evans, Chris Hemsworth, Elizabeth Olsen, Jeremy Renner, Aaron Johnson, Paul Bettany
Fotografía: Ben Davis
Música: Brian Tyler y Danny Elfman

Pese a las constantes quejas por la denominada "invasión" del cine de superhéroes en estos últimos tiempos, deberíamos estar agradecidos a directores como Joss Whedon o Christopher Nolan por esforzarse en ofrecer en cada película un espectáculo de calidad máxima, aunque tengan que pagar, algunas veces, el precio de la pretenciosidad. Hay que estar contentos como amantes del cine porque, en realidad, no hay necesidad ninguna de cuidar el guión para obtener un gran éxito de taquilla cuando la marca se vende por sí sola, como hemos visto con la agotadora saga Transformers y, en general, con el cine de Michael Bay. Digamos que es una cuestión de respeto por su trabajo como cineastas, por el arte de la narración y por el propio público al que interpelan como sujeto inteligente. Esta tendencia, tan estimable como poco valorada por los críticos, sigue el camino marcado por, entre otros, J. J. Abrams, Peter Jackson o el precursor Steven Spielberg, y culmina aquí con lo que sería (en su género) el entretenimiento perfecto.

Se nota que Whedon conoce meticulosamente el universo y la historia que relata, así como el perfil psicológico de todos y cada uno de los personajes. Controla con minuciosidad cada detalle de la mastodóntica estructura que tiene que manejar y sale airoso pese a que podría haberse estrellado por el camino entre su amplio reparto coral y su acción frenética. Supera, de esta manera, con talento y agilidad, las expectativas de una secuela que tenía el listón muy alto.

Tal heroicidad -si se me permite el chiste- se resume en tres aspectos. Primero, la correcta ubicación y tratamiento de cada personaje, sin desmerecer a ninguno, matizando sus diferencias, y aprovechando sus peculiaridades para avanzar hacia adelante. En segundo lugar, su espectacularidad visual que, en ocasiones, peca de parecerse demasiado a la estética de un videojuego, pero que, después, nos maravilla con sus planos secuencia mostrando a todos los Vengadores en acción. Por último, sus diálogos: originales, frescos y divertidos, pero también certeros y hasta trascendentes, alejados de cualquier lugar común. Si a esto le sumamos sus momentos de cotidianidad (la fiesta) y un villano complejo que otorga contradicciones a las motivaciones del grupo, podemos decir que nos encontramos ante un filme comercial y pirotécnico... sí. Pero de los de quitarse el sombrero.

Recomendado para amantes del entretenimiento de máxima calidad (sin prejuicios contra la mallas de licra). 
No recomendado para los que no disfrutaron con su primera entrega.

29 de abril de 2015

Bufonada geopolítica

The Interview (The Interview, 2014)

Dirección: Evan Goldberg y Seth Rogen
Guión: Dan Sterling
Intérpretes: James Franco, Seth Rogen, Lizzy Caplan, Randall Park, Diana Bang, Timothy Simons
Fotografía: Brandon Trost
Música: Henry Jackman

De una película que despertó la ira del régimen norcoreano, antes incluso de su estreno, con el ataque informático a Sony Pictures incluido, se esperaba, inevitablemente, una cierta inteligencia propia de cualquier sátira capaz de abordar temas tan delicados. Al contrario, lejos de saciar tan altas expectativas, The Interview cuenta con más bien poca perspicacia y mucha de la inconsciencia de quien se burla, indistintamente, tanto de lo más banal como de lo peligroso. Dirigida por Evan Goldberg y Seth Rogen, la película resulta, por momentos, divertida, gracias, sobre todo, a un James Franco un poco pasado de vueltas pero, en cualquier caso, muy carismático. A su lado, Rogen busca un contrapunto que no acaba de cuajar, aunque le sirva para dejar en bandeja a su amigo todo el lucimiento.

Es difícil decir si nos encontramos ante una buena oportunidad perdida o, simplemente, ante una comedia sin pretensiones cuya repercusión la ha sobredimensionado. De lo que sí ha servido, en todo caso, es para recordarnos que al totalitarismo la ironía le resulta indiferente (según nos enseñó Berlanga) pero responde furibundo ante la obviedad y la brocha gorda. Cualquier debate político o artístico generado por las parodias a costa del dictador Kim Jong-un de este filme es mucho más interesante que sus propias bufonadas y, a la vez, una paradoja sobre el valor mismo de la propuesta.

Tratando de poner cierta distancia, cabe decir que la historia arranca con fuerza pero se desinfla a medida que avanza. Aparenta ser rompedora, pero se sostiene sobre una estructura algo arquetípica y no cuenta con buenos secundarios (a excepción de algún que otro cameo). Aun así, es entretenida y, aunque algo tonta, tiene dos o tres buenas ideas destacables. Además, transmite la frescura (como ocurría con Malditos vecinos) de un grupo de actores que, aparentemente, han disfrutado mucho rodándola, cosa que -parece mentira- ocurre cada vez menos.

Recomendado para espectadores de risa fácil y algo ingenuos.
No recomendado para quienes acudan a ella por el 'hype' de toda la polémica.