30 de diciembre de 2014

Entre trilogías

El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014)

Dirección: Peter Jackson
Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh y Guillermo del Toro
Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Hugo Weaving, Benedict Cumberbatch, Richard Armitage, Luke Evans, Orlando Bloom, Evangeline Lilly, Lee Pace, Cate Blanchett, Christopher Lee, Stephen Fry, Ian Holm
Fotografía: Andrew Lesnie
Música: Howard Shore

Si una cosa caracteriza el cine del siglo XXI es que nunca se tiene la certeza de que una franquicia esté definitivamente finiquitada. La resurrección de Star Wars o de Jurassic Park, por poner tan solo dos ejemplos recientes, lo demuestra. Es por eso que algunos asistimos al cierre de la (forzadamente alargada) trilogía de El Hobbit con un cierto escepticismo. ¿Será esta la verdadera despedida de la Tierra Media? Cabe esperar que sí, tras los mediocres resultados cualitativos de estos tres últimos filmes en comparación a la grandeza (en todos los sentidos) de lo que supuso El señor de los anillos, Oscars incluidos. De grandeza, a la aventura del hobbit interpretado por Martin Freeman, solo le ha quedado el metraje y un tono cuya épica se encuentra totalmente fuera de lugar, tomando como material lo que no era más que un entrañable cuento de apenas 200 páginas.

Probablemente, hubiera sido mucho más honesto por parte de Peter Jackson resolver la historia en dos entregas, sin necesidad de inflar el guión con tramas irrelevantes, canciones y momentos ridículos. Pero, centrándonos en La batalla de los cinco ejércitos, el problema aquí radica en que no tiene entidad propia como película. Atrapada entre ambas trilogías, su única función es la de engranaje para enlazar la una con la otra. De esta manera, concluye una peripecia al mismo tiempo que trata de introducir la siguiente (o la anterior, según se mire), lo que produce la extraña impresión de encontrarnos frente al material adicional de una edición especial en DVD.

De acuerdo, Jackson sigue teniendo un gran sentido del ritmo en las escenas de acción, sabe dar espectáculo y filma las grandes batallas como nadie. No obstante, un asalto a una mina no puede sostener, por sí solo, una duración de 144 minutos. Quizás, los más nostálgicos, encuentren consuelo en los guiños que preceden las andanzas de Frodo ya conocidas por todos. Sin embargo, para la mayoría resultará difícil superar la sensación de hartazgo y de engaño de quien ha tratado de vendernos paja a precio de oro. Lo valioso, por decir algo, es comprobar que no solo a los enanos les ciega la avaricia.

Recomendado para yonquis de Tolkien con más mono que criterio.
No recomendado para los que, todavía, alberguen cierta esperanza respecto a los errores de las dos anteriores.

22 de diciembre de 2014

Idiotez desfasada

Dos tontos todavía más tontos (Dumb and Dumber To, 2014)

Dirección: Bobby Farrelly y Peter Farrelly
Guión: Sean Anders, Mike Cerrone, Bobby Farrelly y Peter Farrelly
Intérpretes: Jim Carrey, Jeff Daniels, Kathleen Turner, Laurie Holden, Paul Blackthorne, Rob Riggle, Rachel Melvin
Fotografía: Matthew F. Leonetti
Música: Varios

Si una cosa demuestra (de una vez por todas) este reencuentro con la pareja de tontos interpretados por Jim Carrey (Lloyd) y Jeff Daniels (Harry) es que los años no pasan en balde. Transcurridas dos décadas desde la primera película, una precuela muy olvidada y hasta una serie de dibujos animados, los hermanos Farrelly han pretendido recuperar el espíritu de la original sin tener en cuenta que ya no somos los mismos; ni los envejecidos protagonistas ni sus personajes ni los propios directores, cuya carrera ha ido abandonando la frescura de sus inicios para acabar desvaneciéndose en la búsqueda de la identidad perdida. Ni siquiera el espectador permanece indemne al paso del tiempo. El admirador natural del primer filme, incluso de la también célebre Algo pasa con Mary (1998), no solo tiene ahora más edad sino que ha visto evolucionar la comedia en muchas direcciones. Actualmente, un producto como Dos tontos todavía más tontos, tras series de televisión como South Park o Padre de familia, seguramente, le parecerá rancio, desfasado o, incluso, demasiado idiota. Y no digamos a las nuevas generaciones que, directamente, han crecido con todo lo que vino después. 

Como suele ocurrir en cualquier ejercicio nostálgico, la cinta trata de salvarse haciendo guiños al material de donde procede (las referencias a Mary Swanson, el niño ciego o el coche-perro). Desgraciadamente, es incapaz de crear situaciones nuevas verdaderamente divertidas como para hacernos sentir que ha validado la pena resucitar a este par de idiotas después de 20 años. La propuesta tiene algunas ideas graciosas y diálogos ingeniosos, pero no los suficientes, es demasiado repetitiva, los gags son muy dispersos y cuelgan de una estructura débil y tan fragmentada que termina por arruinar el ritmo.

No es que Dos tontos muy tontos (1994) fuera perfecta pero tenía una autenticidad muy digna, un guión mejor construido por el que se le podían perdonar ciertas inverosimilitudes. Su irreverencia, entonces sorprendente, ahora resulta previsible y forzada. Afortunadamente, Carrey sigue dejándose la piel en cada mueca y Daniels parece pasárselo bomba enseñando la raja del culo cada vez que tiene ocasión. Además, cuenta con algunos secundarios interesantes como la todavía enérgica Kathleen Turner o el televisivo Rob Riggle a los que, sin embargo, no se les saca mucho partido. 

Por lo demás, las constantes del cine de los Farrelly siguen presentes: la escatología, el viaje por carretera, la música pop o los chistes de minusválidos y discapacitados. No obstante, los valores de producción son mediocres (casi de telefilme), le falta inspiración y pureza y es, por momentos, tan reiterativa que parece un remake desvirtuado de su predecesora. Como decíamos, todo esto sería perdonable si hiciera reír tanto como cabía esperar; pero esto no sucede. Salvo por algunos aciertos esporádicos, filmarla solo ha servido para constatar (como pasa tantas veces) que era una secuela innecesaria y que hubiera bastado con un sketch conmemorativo, por ejemplo, en el Saturday Night Live.

Recomendado para nostálgicos del original con muchas tragaderas.
No recomendado para los que la primera parte ya les pareció demasiado tonta.

8 de diciembre de 2014

Elegante pasatiempo

Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014)

Dirección y guión: Woody Allen
Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Hamish Linklater, Eileen Atkins, Catherine McCormack
Fotografía: Darius Khondji
Música: Varios


Aunque parece que en los últimos años Woody Allen se haya estado dedicando a rodar largometrajes que no son más que una versión descafeinada de su propia filmografía (salvo excepciones como la corrosiva Blue Jasmine), lo cierto es que, seguramente, si dejara de hacerlo, lo echaríamos de menos. Y es que, a pesar de habernos malacostumbrado a asistir a su cita anual con el prejuicio de que cualquier tiempo pasado fue mejor en la obra del genio de Manhattan, no debemos menospreciar su talento como guionista, todavía en muy buena forma. La ligereza de algunas de sus historias, como la que nos ocupa esta vez, quizás deberíamos valorarla más como una decisión estilística y no como una carencia de quien, decididamente, apuesta por un producto sencillo y luminoso solo por su propia diversión. Magia a la luz de la luna demuestra que a Allen le apasiona su oficio tanto como sus lugares comunes: la magia, la misantropía, las contradicciones del amor o el miedo a la muerte.

La cinta, elegante y entretenida, narra las peripecias de un mago inglés (Colin Firth) al que se le encarga la misión de desenmascarar a una falsa medium (Emma Stone) en la Francia de los años 20. Quizás no tan divertida como cabría esperar, Allen apuesta por jugar al despiste con un amable juego de apariencias tras el que esconde, en definitiva, un hermoso y eficaz cuento romántico. Los dos protagonistas dan en el clavo interpretando a la antagónica pareja rodeados, por cierto, de un magnífico grupo de secundarios. No obstante, los giros narrativos, aunque muy honestos, son tan de manual del buen guión que acaban siendo previsibles. 

Además, el uso continuado de transiciones mostrando el paisaje rural con música de jazz termina, por su insistencia, volviéndose tedioso, reiterativo e innecesario. Afortunadamente, la película destila un optimismo poco habitual en el cineasta neoyorquino que, fácilmente, complacerá a todo el mundo. Como un exquisito plato de alta cocina, en definitiva, a algunos les resultará una delicia de fácil digestión aunque a muchos otros, por delicado, les dejará con hambre.

Recomendado para misántropos sin miedo a enamorarse.
No recomendado para quienes esperen un Woody Allen distinto o irreconocible.

4 de diciembre de 2014

El vacío distópico de Gilliam

The Zero Theorem (The Zero Theorem, 2013)

Dirección: Terry Gilliam 
Guión: Pat Rushin
Intérpretes: Christopher Waltz, Matt Damon, Tilda Swinton, Mélanie Thierry, David Thewlis, Ben Whishaw, Peter Stormare, 
Fotografía: Nicola Pecorini
Música: George Fenton

El retorno de Terry Gilliam al género distópico transcurridos casi 20 años desde su última incursión, 12 monos (1995), prometía, siendo optimistas, un espectáculo visual que, con los años y la madurez del oficio, pudiera incluso, con una premisa más ambiciosa, superar en profundidad a sus predecesoras. Pero la realidad es que, con el tiempo y sus constantes problemas de financiación, el director de la lúcida Brazil (1985) parece haberse conformado con poder rodar cualquier historia siempre que le permita hacer gala de su peculiar dirección artística sin salirse del presupuesto. The Zero Theorem es una película fallida en tanto que su guión, tan pretencioso como vacuo, en definitiva, sirve exclusivamente como pretexto para desplegar la imaginería de su realizador. Y nada más.

Estrenada en España con un año de retraso, a esta cinta, ciertamente, no le faltan ideas. La búsqueda de Qohen, su kafkiano protagonista interpretado por un hábilmente comedido Christoph Waltz, contiene un sinfín de matices y posibilidades, resumidas en su condición de esclavo del sistema y su amargura como ser atrapado entre un cyberpunk  mundo real y el sentido de la vida. Pero hay, sin duda, una insalvable descompensación entre forma y contenido que desperdicia todos esos ricos pequeños detalles, su atmósfera angustiante, su carácter existencial y su crítica demente al capitalismo por no darle un buen tronco estructural a donde aferrarse. 

Por suerte, Gilliam no ha perdido ni un ápice de su brillantez como diseñador de imágenes que hablan por sí mismas. No obstante, el foco está puesto en el plano más general de la existencia humana desde donde la barroca y colorista puesta en escena, con su alienante tecnología y su publicidad omnipresente, resultan meros adornos que, aunque geniales, no llevan a ningún sitio. El filme está, de forma evidente, saturado de metáforas altisonantes. Su nihilista intento de burlarse del ser humano, la vida, la muerte, la verdad, la mentira, la soledad, Dios, el vacío y la sociedad en conjunto se agota en sí mismo, por delirante y por su propio peso. No hacía falta tanta pomposidad para acabar concluyendo que nada tiene sentido y, menos todavía, si el precio a pagar es el aburrimiento del espectador. Es una verdadera lástima porque contiene, si uno está atento, impagables destellos de genialidad a la altura del mejor cine de Gilliam. Desgraciadamente, en este contexto, la suma de todos ellos, al llegar al final, es igual a cero. 

Recomendado para diseñadores, directores de arte, artistas plásticos y cualquier espectador con una desarrollada sensibilidad estética.
No recomendado para ortodoxos del contenido o personalidades con poca paciencia frente a la vacuidad del todo (o la nada).